Unos minutos después de la explosión, pasaba con el coche por la autopista y pude ver el tren de Santa Eugenia abierto en canal, como si fuera de plástico. Mi cabeza no era capaz de procesar esa imagen impactante. En ese momento aún no sabía nada.
Cuando llegué a casa, encendí la tele y contemplé horrorizado lo que estaba ocurriendo. Llamé a mi madre, llamé al trabajo para decir que no iría.
Hoy, diez años después, no he conseguido tener la radio encendida ni siquiera un minuto. Se me parte el alma escuchar los testimonios de las víctimas, esas que sufrieron directamente el atentado y sobrevivieron. Víctimas todas ellas, víctimas sus familias y quienes acudieron a socorrerlos.
Diez años después, los carroñeros de ultraderecha aún mantienen la teoría de la cospiración inventándose no se qué cosas sobre una cinta de la Orquesta Mondragón y otros disparates que en realidad son insultos. Los carroñeros del 11 M, que otra vez nos gobiernan, nunca han viajado en un tren de cercanías, y seguramente no hayan pisado el Sur de Madrid. Quienes viajan a diario en esos trenes somos nostros, nuestras familias, y deseamos que dejéis de escupirnos.
Malditos terroristas asesinos, malditos gobernantes que nos metéis en guerras y nos hacéis un dedo mientras os gritamos asesinos. No estáis a la altura de toda la gente humilde que construye esta sociedad día a día.